lunes, 1 de septiembre de 2014

CAPITULO.01

Faltaba media hora para a cavar el examen de matemáticas, el último examen del curso. El que determinaría mi nota final. Las mates eran mi punto débil, no había cosa que odiara más que las mates. Había un silencio muy incómodo en la clase. La profesora caminaba de un extremo a otro del aula, con sus zapatos de los años ochenta y su olor a perfume de señora mayor, lo curioso es que ella por lo menos tendría unos treinta años. En fin, terminé el examen, me salió medianamente bien, o eso creía. Cogí mi carpeta, entregué el examen a la profesora, la que me lo corrigió al momento. Estaba echa un matojo de nervios, de ese examen no solo dependía la nota final,  tenía la aprobación de mi tía para viajar hacia Londres, Reino Unido. Ella desde que yo era pequeña me hablaba de aquel lugar, casualmente, hacía dos años atrás descubrí que tenía un hermano mayor de edad, que vivía en Londres. Me puse en contacto con él. Estuvimos durante un largo año hablando por Facebook, me ofreció pasar una temporada viviendo con él, algo que me llenaba de ilusión, y mi tía me puso la condición de aprobar el examen para poder ir.
La profesora se quitó las gafas de culo de baso que llevaba puestas, las posó sobre la mesa y me entregó el examen para que lo pudieran ver mi tía. Abandoné el aula, al borde de un ataque. Cerré la puerta y pase las cinco hojas que había hasta llegar al principio. No me lo podía creer, pegue un salto enorme, me esperaba aprobar, pero no con un ocho y medio, en corazón me latía rápidamente, solo quería coger los dos autobuses de vuelta a casa para poder enseñar el examen a mi tía.  El camino se me hizo eterno. Bajé del autobús, a paso ligero me dirigí hacía el piso donde vivía con mi tía Ane.-¡Tía, ya tengo el resultado de el examen!- Salió de la cocina a todo correr, con una cuchara de palo en la mano.-¿Y qué tal?- Cogía aire y me callé durante unos segundos para crear tensión.- ¡Oh vamos, solo dilo!- Excedí el brazo para entregarle el examen y pudiera ver la tele. Empezó a dar saltos como una loca, la reacción fue muy parecida a la mía, yo diría que un tanto más exagerada.-No me lo esperaba…- Me dio un abrazo de los que me solía dar, de esos calentitos y de los que limitaban la respiración.-Oh, dios, pues ya puedes ir haciendo la maleta, y preparándote para el vuelo, que desde Sidney a Londres hay bastantes horas de camino… no sé cuántas pero tener, las tiene.- Siempre me hacía sonreír de una manera o de otra. De repente me vino un olor a quemado.-Tía, ¿que estabas cocinando?-Pues estaba haciendo un pastel de manzana y tarta de queso, ¿Por qué?- No pasaron tres segundos después de pensar lo que dijo, cuando se fue a todo correr a la cocina. Yo mientras tanto estaba en mi cuarto organizando las cosas. En dos semanas salía el vuelo. Le notifiqué la noticia a mi hermano, estaba tan contento como yo, no veía la hora de irme a Australia, un lugar mágico y diferente. Me daba algo de miedo el cambio. Empezar de nuevo, sin amigos, sin conocidos, con gente nueva, pero  merecía la pena, por qué cumpliría uno de mis sueños que tenía desde pequeña, tener un hermano con quién compartir mis experiencias con él, ser como un mejor amigo, pero a la vez que me protegiera como un hermano mayor.   Las dos semanas pasaron volando. Aquel día me desperté a las cuatro de la mañana, y el avión salía a las dos de la tarde. Los minutos se me hacían horas, estaba ansiosa y muy emocionada por conocer a mi hermano, físicamente hablando. Era una experiencia increíble aparte de muy interesante, compartir vivencias, anécdotas de nuestra vida anterior, hablar de todo el tiempo que pasamos en ausencia del otro, solo había una única palabra para describirlo, emocionante. Mi tía guardaba el billete en la guantera de su mercedes granate.         Fuimos una hora y media antes. Era la primera vez que viajaba, me sentía especialmente nerviosa, para mí era inquietante, una chavala de dieciséis años viajando sola, hora tras hora durante aproximadamente todo el día, con gente completamente desconocida. La verdad no me hacía mucha gracia, pero sabía que merecería la pena. Antes de embarcar hablé con mi hermano, me dijo que me esperaría en la segunda puerta de desembarque. Una vez aclaradas todas las indicaciones, llegó la hora de la despedida. Una de las peores partes del trayecto. Las dos estábamos muy unidas desde la muerte de mamá, ella siempre ha sido mi protectora en todos los sentidos. No le gustaba nada la idea de que me fuera prácticamente a la otra punta de mundo, no me podría proteger en lo malos momentos, o dar un beso de buenas  noches antes de acostarme, yo tampoco me hacía a la idea de que me costaría tanto, pero las dos sabíamos que antes o después llegaría. Un abrazo, una sarta de besos con una lágrima de por medio y el último adiós hasta una larga temporada. Sentía como mi vida estaba a punto de cambiar, pero no me sentía sola tal y como había idealizado, el diario de mama y mi única foto de bebe con ella me acompañaban a todos los sitios a los que iba.         Tardé menos de lo que creía en quedarme dormida, la verdad es que el chico que estaba a mi lado era muy hablador, yo intentaba seguirle el hilo, pero no pude, supongo que le llegó la indirecta cuando sin querer le di unos cuantos cabezazos en el hombro. Fue bastante tranquilo viajar en avión, era parecido a un coche, pero algo más cómodo, con servicio de comida o bebida y con aseos, por cierto muy pequeños. La comida no estaba especialmente buena, además, era muy cara.         Llegó el final del trayecto. Terminaron las once horas y media de vuelo. Salí entre la multitud de gente, y a lo lejos, vi una pancarta blanca enorme en la que ponía mi nombre. El chico que la sujetaba debía de ser mi hermano. Me acerqué a él.-Disculpa, ¿eres Oliver?- Dejó la pancarta en el suelo.-Supongo que tú eres Diana.- Le abracé con fuerza, el también a mí. Se me escapó una pequeña lágrima de alegría. No me lo creía, el momento que tanto tiempo esperaba había llegado, por fin podía abrazar a mi hermano. Cogió una de mis maletas y nos fuimos al aparcamiento, donde tenía su deportivo negro. Era muy bonito, al igual que caro. Montamos en el coche y fuimos camino a casa. Estuvimos hablando del viaje, y de la tía Ana, la que al parecer llamó a Oliver en veinticuatro ocasiones para saber si había llegado ya, ¡Que mujer! Me dí cuenta de que estábamos en una de las zonas más ricas de la zona, había casas enormes, que digo casas… ¡Mansiones! Me quedé ojo plática. Llegamos a la que parecía ser su casa, sin duda una de las más grandes que había. Entramos por la parte trasera, una barrera metálica nos abrió paso al jardín, el que estaba rodeado por una valla de madera marrón, que apenas permitía ver el interior del terreno. El garaje tampoco se quedaba corto, en él tenía dos coches más y por lo menos le entraban otros tres. Una autentica pasada. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario